sábado, 12 de enero de 2013

Las minas de Potosí

A través de Bilmar, un ex minero, pude ingresar a las Minas de Potosí. Estuvimos una hora adentro y bajamos sesenta metros bajo tierra. Por dentro está lleno de huecos y se parece a un gran queso gruyere rancio. Quince mil personas trabajan allí, como lombrices ciegas. Las 24 horas se extraen plata, zinc y estaño. Ellos se resisten a incorporar tecnología para no perder los puestos de trabajo. 
Desde los doce años los niños comienzan a trabajar ya que, por tradición, el que no trabajó en la mina es tildado de marica. A los quince se enferman los pulmones; años después se convierte en cáncer. La expectativa de vida de un minero activo es de treinta y cinco años. Hojas de coca para no dormirse; tabaco y agua ardiente para motivarse; la dieta que quita el hambre y mata el sueño.
Charlé con algunos en el interior, mientras cumplían la jornada. Estaban estropeados y les sangraba la boca. Dos muertes por mes es el promedio.
Afuera el minero es católico, aunque se siga rindiendo ante la Pachamama. Pero, al entrar, no cree más que en el Tío; a él le rinde culto. Con forma de diablo, es el Dios del minero. El que lo protege. A él se le ofrenda tabaco, coca, alcohol, en modo de agradecimiento. A él se le ruega buena producción. En el interior de todas las minas hay una estatua del Tío. La misma tiene un inmenso pene que sobresale, signo de fertilidad. En la creencia, es quien se coge a la montaña, considerada mujer, y la llena de minerales. Las mujeres no trabajan en la minas, o rara vez lo hacen. Y esto porque se considera que la montaña es muy celosa y no se brinda en presencia de otras.
En Potosí, las madres recomiendan a sus hijas solteras: "Nena aprovecha y cásate con un minero: pues tiene dinero y se muere primero".

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