sábado, 10 de septiembre de 2011


Es miércoles. Un guaso se come el viaje de hacerse un test de VIH, gratis, en Santa Rosa 360.

Baja las escaleras hasta la sala de espera. Le hacen llenar un formulario, parece un cordero tiritando. Aguarda sentado y el forro de la silla le hace transpirar el culo. Quiere pensar en otra cosa. Mira el potus que cuelga en la ventana, el folleto informativo, otra vez el potus, de nuevo el folleto. Frota un bolígrafo bic sobre los callos de las manos.

Desde el pasillo una doctora lo llama con voz recia. Lo hace pasar al consultario, lo felicita por animarse, le da una charla educativa. Si lo detectás a tiempo parás la bronca, se vuelve una enfermedad crónica, le explica. El sexo oral contagia, es tan riesgoso como la pija entrando pelada, le dice. En realidad, lo dice con un lenguaje más prolijo, lo escribo de otro modo con fines pedagógicos. Pero te contagiás, le dice, si tragas leche o flujo te contagiás.

Después le hace un simulacro de cómo hay que cuidarse en esas circunstancias: le retirás la argolla a la punta del condón y lo abrís hasta que quede como un paño.

Eso lo usas de pantalla, ¿entendés? Lo estiras sobre la concha así, como cuando estirás una toalla sobre la playa, y pasás la lengua a tu manera por encima de la capa; de paso te evitás la fragancia a vieja del agua muerta.



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