Abajo hay un cacerolazo de burgueses
indignados. Mucho ruido, pocas nueces. El sueño colectivo del hombre medio
argentino alza su voz: quieren estar en París, debajo de la Torre Eiffel, comiendo
un asado con cubiertos. Prender el fuego con papel de euros. Asar la carne con el carbón
que sobró de la Belle Epoque. Y convidarles los huesos a los perros de
raza que pasen. A los callejeros no, a esos ahuyentarlos, porque quitan el
glamour. Si las lágrimas fuesen de oro, como dice el verso, tal vez llorarían más seguido. La
capacidad de nuestro ahorro está en el llanto, aunque de eso no hablen los economistas.
¿Dónde estarás esta noche? No logro dormir. Te extraño y entiendo que prefieras no acercarte a mí, para no ahumarte. Te imagino con ganas de estar del otro lado del charco, diciéndome ¡Au Revoir, monsieur!, girando un paragüitas descartable mientras se aleja el barco. Me encuentro solo, completamente solo, mirando por la televisión una sociedad decadente. Admitámoslo: el sueño de la revolución está perdido y hay que acostumbrarse a los despertares vacíos.
¿Dónde estarás esta noche? No logro dormir. Te extraño y entiendo que prefieras no acercarte a mí, para no ahumarte. Te imagino con ganas de estar del otro lado del charco, diciéndome ¡Au Revoir, monsieur!, girando un paragüitas descartable mientras se aleja el barco. Me encuentro solo, completamente solo, mirando por la televisión una sociedad decadente. Admitámoslo: el sueño de la revolución está perdido y hay que acostumbrarse a los despertares vacíos.
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