domingo, 15 de julio de 2012

Adiós al último poeta del Clínicas





Su último regalo fue un barquito de papel,
hecho con un diario del jueves pasado;
se lo rechazaron, diciendo “este diario es viejo, infeliz”.
Como si acaso fuese importante,
como si el mundo desde entonces hubiese cambiado en algo.

Una tuerca oxidada le obsequió a una amada,
que encontró tirada en la vereda,
para que la llevara como alianza.
Y ésta le dijo:
“rajá de acá, soy alérgica a las alhajas baratas”.

 Un papelito de caramelo de cereza también le dio:
¿Y dónde se supone que está el caramelo?, dijo ella.
¿Y para qué haría falta? Ya demasiada dulzura con vos...
No fue bien aceptado el cumplido, y la mujer siguió de largo.


Ya se pasó la moda del piropo cursi,
la época de los jardines floridos,
donde se susurraban palabritas a las damas.
Hoy no hay lugar más que para la guarangada;
acá tenés el caramelo, te dicen hoy los guasos, tocándose los huevos;
vení a chuparlo.

¿Qué más le regaló? ¿Qué no le regaló a la doctora,
al verla salir del Clínicas?
Una hormiga negra le llevó, de las que no pican;
lástima que estaba muerta.
Lo que pasó es que ella estuvo de guardia,
cuarenta y ocho horas, y el insecto no aguantó en el frasco.

Y todo para que lo tirase a un cantero, metros después, la desagradecida.

¿Y ayer, justo ayer se le tuvo que ocurrir regarle un ladrillo
de ese nuevo edificio que están haciendo en la Colón?
¡Basta de perseguirme! ¿¡para qué quiero un ladrillo, ridículo!?
Yo te lo juro, dijo Raulito:  si por mi fuera te regalaría un castillo.

Ayer, justo ayer que la encontró tan linda chupando un chupetín,
justo ayer que estuvo tan cerca, viene a aparecer el novio,
ese gil que la hace sufrir,
a preguntarle haciéndose el canchero:

¿Pasa algo, mi vida? ¿Quién es este guaso?
No sé, un payaso que me intenta seducir con un ladrillo.
Así le dijo, como si no lo conociera,
como si no supiese que se trataba de su tierno enamorado.

Y le enseñó el ladrillo la doctora al cretino del novio,
que lo tomó y se lo rompió violentamente en la frente a Raulito.
“Te voy a dar…haciéndote el galán constructivista con mi señora”, le dijo,
y se marchó con ella rumbo al coche, arrastrándola de la mano,
sin pagar el estacionamiento.


Se fue tambaleando, desangrándose, sin dirección definida:
murió en la puerta de una guardería, en mis propios brazos,
con el chaleco naranja teñido de rojo.

Sus últimas palabras fueron:

Aunque me vaya de este mundo,
la calle seguirá siendo un desfiladero de bellas vecinas:
enamoradas, desenamoradas, desalmadas,
solteras, comprometidas, casadas,
divorciadas, desgraciadas, viudas.

Se acerca el final, mi amigo,
porque estamos bebiendo agua contaminada,
porque ya murió el amor
y cada vez son menos los ambulantes que entregan ilusiones.    

Los lugareños más experimentados,
esos que dicen que el amor llega a tu puerta solo,
que hay que ser muy testarudo para salir a buscarlo,
no entienden nada, no quieren aceptar que el amor murió.

Murió con Roberto Galán.
Murió con la 100.5
Murió conmigo.

Ahora que mi vida se apaga,
les ruego no me hagan prensa:
no hice poesía por la fama
ni para convertirme en mito.

En serio, me dijo:

Si un día vienen a preguntar por mí,
por un tal Raulito, el naranjita,
nieguen que fui poeta y que morí;
más bien cuenten la pura verdad:
que era un muchacho retardado mental,
cuidacoches,
y que me fui a vivir a otro barrio para cuidar de una tía enferma.



1 comentario: