lunes, 2 de julio de 2012

Sobre el porqué me gustás vos y el fulbo



Es difícil, sino imposible, precisarlo con exactitud.


Desde el cosmos hasta las revoluciones sociales, el hombre teoriza.

Y no son la excepción los penales.

Muchos teoremas giran en torno
al disparo desde los doce pasos:

a) los penales son una lotería.

b) los penales son cuestión de suerte.

c) la presión es mayor para el que patea que para el que ataja.

c) los penales se aseguran pateándolos fuerte, al medio, arriba.

d) abajo, bien esquinado, son inatajables.

f) no hay que tomar ni mucha ni poca carrera al ejecutarlos.

g)antes de acomodarla, fundamental chequear el terrero y besar la pelota.

La lista es extensa...

Pero, qué hacer, al mismísimo momento de vivir, de patear: ¿sentir o pensar?

El hombre, en general, prioriza teorizar;
hallar respuestas que
alivien sus dilemas existenciales.

Necesita estructurar y comprender cada paso,
desde la ciencia hasta la cotidianeidad,
para no pasar sobresaltos.

 Las consecuencias son terribles: actualmente, hasta el amor se controla mediante el conocimiento.

Ello probablemente justifique el porqué  me guste y me identifique con el fútbol: por su carácter tan imprevisible, cambiante, contestatario.

Es su distinguido poder de improvisación lo que me estremece.


Y es el motivo por el que algunos románticos
 suelen citar frases delirantes como que "el Fulbo es como la vida" 
(como la vida de ellos, será).

II

En el televisor del bar estaban pasando la promoción, partido de vuelta,
entre Chacarita y Nueva Chicago.
Uno pugnando por ascender,
el otro luchando por mantener la categoría.

Si Chacarita no hacía un gol se iba al descenso y,
sin embargo, milagrosamente,
obtuvo un penal a favor
en el último minuto del partido.

Mano en el área igual a penal.

Los hechos finalmente corrompen cualquier
cálculo o premisa: el arquero ataja el penal,
la gran chance, la chance fácil, la definitiva.

Y el técnico de Chaca pasa en dos minutos
de la euforia  a la desazón,
del abrazo popular a la desolación,
de la alegría a la tristeza,
del sueño a la pesadilla,
del arcoíris a la tempestad,
de la creencia al escepticismo,
de ganador a perdedor,
de globo aerostático a bombucha.

Salta para festejar
anticipándose al resultado,
creyendo que el jugador de su equipo convirtió,
pero la pelota viaja como una burla atroz
y no logra traspasar la red.

Se desploma en el césped el pobre hombre,
siente la derrota a flor de piel,
se toma el rostro con las manos,
se encuentra al borde del infarto.

Se quiere morir en ese instante.

“La vida me dio la espalda”, dirá luego a la prensa, desconsolado,
ante la angustia de no encontarle al hecho una explicación lógica.

III

En un bar de la General Paz lo vi al partido, el sábado por la tarde.
Obra de la casualidad; yo ni enterado de que jugaban.

La moza me preguntó atrevidamente:
¿por qué viniste solo?
Porque me gusta tomar café, mirar por la ventana y pensar inútilmente, respondí.

Eso es de melancólico, me dijo riendo, dejó el  pocillo sobre la mesa y se marchó.

Melancolía: pensándolo bien, no es tan desacertada su teoría.

(Aún siendo que ella no supo, ni sabrá,
lo hermosamente cruel que
es verte arrojar flores,
a un tacho de basura,
mucho antes que se marchiten).



Me quedé sentado allí, un rato largo, mirando pasar  a desconocidos a través del vidrio. 
Y me acordé de vos, repentinamente:
¿en qué país del mundo estarás ahora, improvisando tu revolución?

Son esos días, juro, en los que iría corriendo a pedirte una revancha.





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