"cuando el olvido haga del pasado una tumba,
vas a ser las flores que ya no riegue nunca,
y ojalá la amistad exista de verdad" (100% de nada, A.C)
Hoy es primero de mayo y le escribo a tu muerte.
Tu viejo está llorando, destrozado en su casa
junto a la canilla que gotea, el perro ciego y los gatos.
El resto del universo anda en otra cosa:
hoy se celebra el día internacional del trabajador,
tradición que se repite desde el siglo 19,
en honor a los caídos en la protesta de Chicago.
A grosso modo, un homenaje a los millones que agachan la cabeza
y ponen el lomo y las neuronas, de sol a sol, a cambio de billetes.
Hoy es primero de mayo, las universidades están cerradas
hasta mañana, que volverán a abrirle sus puertas
a los pequeños burgueses instruidos que polemizarán en torno a Marx;
medios de producción, ploretariado, capital, plusvalía, lucha
y demás conceptos que se repiten desde el siglo 19.
Hoy es primero de mayo y le escribo a tu muerte.
¿Desde qué siglo el verbo trabajar se asocia con la palabra dignidad?
¿De quién, de cuándo, de dónde, viene esa relación?
¿Por qué no mejor probar con el verbo morir súbitamente?
¿Por qué no acaso con el verbo fallecer antes del debido tiempo?
Pero no, no me hagan caso che, si es otra la convención:
hoy es el día de convenios colectivos
que no reconocen desgracias particulares.
Hay fiestas sindicales en la televisión,
empleos en blanco y negro, con o sin obra social,
promesas y pedidos de aumento.
Hoy es primero de mayo: a mí me da igual si es hábil o feriado,
fabrico lágrimas y le escribo a tu muerte.
Cierro las cortinas, trabo las puertas, prendo una vela,
me acuesto en mi cama y dejo atrás el afuera.
La pieza huele a cenizas y mi colchón es un sepulcro.
En esta misma fecha, años atrás, en una carretera oscura,
tuviste un segundo de distracción y te estrellaste contra un árbol;
lo incendiaste y los pájaros se fueron, te abandonaron.
Ningún trabajador de la salud logró salvarte,
no había pastilla efectiva que valiese la pena tragar.
Te fuiste a Santiago del Estero, para vender una fuente de agua
y ganarte así unos mangos; no quisiste tomarte el día.
Hoy es primero de mayo de 2011, son horas de homenajes,
el barrio casi no ha cambiado desde tu partida.
Los transas siguen sin tomarse franco, y allá, en tu esquina,
la que dejaste atrás, los chicos se amanecen aspirando cocaína.
Cada primero de mayo, desde que te fuiste a no sé dónde,
el dolor no pide vacaciones ni reclama descanso.
El dolor más bien maquina, no tiene stop
ni solicita permiso al dueño para ir al baño.
Y yo le escribo a tu muerte, ¿sabés por qué?:
porque, aunque no llegaste a leerme, escribir es mi trabajo.
Dos siglos celebrando y citando al marxismo.
Dos siglos, que son más que el transcurso de tu vida, definitiva,
y lo que quede de mi estadía.
Lejos estamos de perdurar en la memoria del mundo por doscientos años
vos y yo, de convertirnos en efeméride.
Pienso más bien en nuestra historia, sabiéndola intrascendente,
algo que poco a poco irá quedando atrás, en el olvido,
desprovista de sentido,
como las tumbas sin nombre que ya nadie identifica,
hasta desaparecer de todo rostro, rastro, imagen o discurso.
Nadie tendrá ya en cuenta nuestra infancia alegre;
las tardes corriendo alrededor de los paraísos,
con el aroma a jazmín de las florerías, las paredes que rayamos,
y esos gualichos llenos de misterio, con palomas incineradas,
que amanecían en las veredas del cementerio San Jerónimo,
y que contemplamos tantas veces en silencio, absortos,
completamente fascinados.
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