lunes, 12 de enero de 2015

Calcomanías


1.
La calcomanía en la parte derecha de la luneta dice “Cariló 2008”, año en que veranearon juntos en la costa. La causa es la siguiente: una mañana cálida, el Papá estacionó a pocas cuadras de la playa, descendieron del auto y se fueron al mar. Al regresar, la encontraron pegada sobre el cristal trasero. La familia se dirigió hacia el hotel, a ducharse y prepararse para salir a pasear. Esa noche, tras una lista de espera, cenaron en la pizzería Cuarto Menguante.
Al volver de las vacaciones y, a pesar de varios lavados, el adhesivo sigue adherido.

2.
Otra calcomanía a la vista es  “La Casa del Parabrisas”.  La pusieron los empleados del taller, la tarde en que el Papá decidió polarizar los vidrios del vehículo para resguardar la intimidad familiar, o por si se presenta la oportunidad de subir a una amante en el asiento del acompañante. Aunque a la Mamá le parezca grasa, pasaron los días y nadie de la familia se puso a despegarla.

3.
Hay una tercera, contorneada y negra, de vinilo. Un tanto naif, pero es la nueva moda. Se luce en la chapa plateada oscura, a centímetros del logo de Renault. En ella está cada miembro de la familia, uno al lado del otro, representados en forma de caricatura: Papá, Mamá, el Hijo, la Hija y el Gato.

4.
La cuarta tiene la bandera argentina de fondo y delante la frase “El campo somos todos”.  Se la ofreció una promotora al Papá en un peaje; éste  aceptó sin dudarlo un instante, mientras le miraba las tetas por el espejo retrovisor. A un costado de la ruta, otro grupo de chicas exuberantes hacían campaña, montadas encima de un tractor.

Sin embargo, el Papá nació en la ciudad. Una vez contó que su abuelo al llegar al país, por ser blanco y europeo, recibió del Estado algunas hectáreas de tierra para producirlas. Pero tuvo catorce hijos y, tras la herencia, las hectáreas se redujeron a campitos. Y luego treinta y siete nietos, y los campitos se achicaron a terrenos. Entonces el Papá vendió uno de mil quinientos metros que le tocó en el reparto, para pagar una deuda con la tarjeta de crédito.

La Mamá también nació en la urbe. Su sueño incumplido es tener una casa de campo, para ir a descansar los fines de semana del estrés que le genera la ciudad. De ser posible con pileta, porque en el verano los ríos se llenan de negros.

El Hijo es un bicho raro, que usa piercings y anda en patineta. Aunque de vez en cuando viaja a las sierras, se toma una dosis de LCD y se conecta con la naturaleza. Piensa que el cartón le pega mejor en el campo que en las fiestas electrónicas.
Lo único que cultivó en su vida fue marihuana dentro del placard de un amigo y - si del “ser nacional” trata este texto- fue con semillas que vinieron en una piedra desde Paraguay.

La Hija no está en condiciones de sostener que ella es del campo, ni mucho menos que el campo somos todos. Es una niña de siete años. Apenas puede decir que es de su papi y de su mami, o que es de River, como le enseñó a repetir el Tío.
Este trimestre en la escuela hizo una germinación en un papel secante, que humedeció y colocó en un frasco, siguiendo las instrucciones de la maestra. Y el brote fue de poroto y no de soja.

El menos campesino de todos es el Gato. Fue criado en cautiverio, lo eligió la Hija en la veterinaria de un shopping, come alimento balanceado, y mea y caga adentro de una caja plástica con piedritas artificiales.

domingo, 30 de noviembre de 2014

Fútbol (o lo que se dice de él)

“El último partido de fútbol se jugó en esta Capital el día 24 de junio del ‘37. Desde aquel preciso momento, el fútbol, al igual que la vasta gama de los deportes, es un género dramático, a cargo de un solo hombre en una cabina o de actores con camiseta ante el cameraman”.
Se trata de un fragmento del conocido texto de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares (con el seudónimo de H. Bustos Domecq), publicado en 1963 y titulado “Esse est percipi”, que bien anticipa el cambio que se vendría (y que se intensificaría con el paso de los años): el fútbol convertido en ficción, en relato, en espectáculo mediatizado, donde se ha perdido la esencia y el amor por el juego, donde es más crucial lo que se dice "afuera" que lo que realmente sucede "adentro".

Porque, pensemos un instante, como hinchas: ¿qué tan trascendental puede ser, en realidad, el resultado de 22 tipos en un partido?
En definitiva, quien más lo sufre es el hincha, el único actor (espectador) que no obtiene ganancias en este gran negocio sino, por el contrario, es el que pone plata a cambio de manifestar su pasión. Tan estafado en el fondo se siente (aunque no lo exteriorice), y es tan pobre lo que le ofrecen, que muchas veces se conforma con ser hincha de su propia hinchada (sí, siquiera importa lo que ocurre en cancha).

Esa narrativa dominante, que tiene más peso que una simple pelota rodando, organiza a la violencia con la que concebimos el fútbol; allí entra la idea (masculina) de que los hinchas del equipo contrario son todos "putos", que hay que matarlos, que hay que ganar o morir, que irse al descenso es una vergüenza y un larguísimo etcétera de la miserable cultura del "aguante" futbolero.

Algunas de estas ideas, ya leídas en otros ensayos, las tomo del libro "Héroes, Machos y Patriotas", de Pablo Alabarces. La fotografía es del Belgrano campeón del Torneo Oficial 1940, cuando los niños podían meterse al campo y abrazar a los jugadores en una vuelta olímpica; mucho antes, claro, de que existieran las vallas, los operativos de seguridad, la paranoia, el estrellato, los autos de alta gama con vidrios polarizados que hoy conducen.


martes, 16 de septiembre de 2014

Villagra El Libertador | Trailer oficial




"Villagra el Libertador" es un documental que explora la vida y obra de Julio César “La Chacha” Villagra (1961-1993), uno de los máximos ídolos de la historia del Club Atlético Belgrano.

Desde su trágica muerte, a los 32 años de edad, el nombre del estadio de Belgrano fue bautizado con su nombre. Sin embargo, allí no existe un cartel que lo anuncie, y el paso de los años pareciera dejar a este emblema en el olvido colectivo.

A veinte años su partida, Juan Manuel del Campillo, un buceador de la historia pirata, decide rescatar la figura de quien fuera el héroe de su infancia. Ese motivo lo lleva a Villa El Libertador, donde iniciará un camino para hacerlo renacer; recuperando el sentido de la palabra “Chacha”, devolviéndolo al lenguaje compartido, al “boca en boca” de toda la hinchada.
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Una película de: PABLO IVÁN | IVANA MARITANO | NICOLÁS BUEDE con la participación de JUAN MANUEL DEL CAMPILLO y la colaboración periodística de IVÁN FERREYRA. Música original: ARIEL MARITANO y JONÁS MARTÍNEZ ULLÁN.
Una producción de FOTOGALERÍA PIRATA

PRÓXIMAMENTE

sábado, 6 de septiembre de 2014

3 preguntas sobre Alberdi *. Responde Pablito Iván.




*Ensayos de la Piojera en La Parisina, Historias de Alberdi.

¿En qué río desembocan las lágrimas de las demoliciones?

¡.

En el río que se pudrió hace rato… ¿pero cuándo?
¿O se pudrió varias veces, en fechas incomprobables?
Alberdi es un lugar con historia
y cada cual tiene su historia con el lugar.

Si fuera un sobreviviente del Pueblito La Toma,
celebrando el Inti Raymi en la Isla de los Patos,
diría que el río se pudrió 
cuando el colonizador
explotó a mi ancestro,
se chupó el agua, envenenó la tierra,
para edificar con mi sangre su nueva aldea.


¡!.

Me sumergí en la putrefacción del río
durante mi infancia, en los años ´90.

Cerraron la fábrica, 
y el barrio se convirtió en un pantano
que huele a traiciones, humo de balas,  
cocinas de merca, fritanga peruana,
polvo de casas demolidas,
perfumes de bosta que nos dejó el sistema.

Recuerdo el cartel de “prohibido bañarse”, 
debajo del Puente Cantón,
donde chapoteaba, desafiante,
la negrada de Villa Páez.

Ver al político de turno,
inaugurando patos en las orillas:
tirándoles tutucas,
tomándose una foto 
junto al cartel de “Protéjalos”.

Mientras la gente  desesperada,
peleándose  por matarlos,
meterlos a una olla
y calmar por un instante el grito de hambre.

A la distancia, 
me veo contemplando el estadio abandonado,
desde una isla hundida en aguas estancadas.
Y, en ella, un faro que pusieron
y nunca encendió, 
al igual que mi mente de niño náufrago.

¡!!

Alberdi es un lugar,
un colectivo de historias compartidas
que forman una identidad;
somos esto
y nos encanta lo que somos.

Una noticia del Canal 10,
muestra el complejo “Torres del Río”,
de Costanera y Av. Santa Fe.  
De allí baja un caño, directo al Suquía.
Como por un tobogán acuático,
caen soretes y meadas de sus departamentos,
una corriente de agua podrida,
donde desembocan las lágrimas de las demoliciones.

La imagen representa al desarrrollista
y al municipio cómplice,
NO a nosotros.

El límite de la historia de Alberdi es el río mismo.
Dicen que, cuando era La Toma,
se ubicaba como a 300 metros de donde corre ahora,
y que la ciudad lo fue expulsando de a poco hacia afuera.

Como sea, siempre fue el límite para huir
y, sin embargo, me quedo acá a luchar,
abrazado a los colores de su bandera.





¿Qué lucha se enconde en la bolsa de los mandados de las vecinas?

Cuando Charras le entrega
la bolsa de los mandados
a las vecinas del barrio,
en su almacén de 9 de julio
esquina Neuquén,
lo hace con sus manos de lucha.

Con las que agarra el megáfono
y grita ¡Paren de demoler!
¡Defendamos Alberdi!,
con las que levanta en las calles
la bandera que nos une.

En cada papa que tocan sus dedos,
zapallito, manzana machucada,
ramito de perejil que va de yapa
en la bolsa de los mandados,
se esconden las huellas de nuestra lucha.





¿Qué secreto se susurran la Tablada y Orgaz?

Daniel Alvarado -alias “Pantera Rosa”-  era el secretario del gremio cervecero. Resistió  105 días en la cervecería, para preservar las fuentes de trabajo. 105 noches durmió en el lugar donde laburó más de 20 años.

A la cervecería la compraron unos chilenos, dueños de otras marcas de cerveza, sin otra intención que cerrarla y limpiar competencia del mercado. Entonces Alberdi, que era un barrio obrero, se convirtió en un barrio de desocupados. Los pibes que afanan carteras, son hijos de esos viejos estafados por el sistema.

Un 17 de Agosto de 1998, la Policía se lo llevó preso por ocupar las instalaciones de la planta, en la toma más grande de la historia de Córdoba. Hace 16 años que lo echaron a la calle y todavía no le pagaron la indemnización, por estar procesado por usurpación y desobediencia a la autoridad.

¿Justicia para quién hay en este barrio?

Pasan los años, ya tiene nietos, y sigue comprometido  con las luchas sociales de Alberdi, dispuesto a no bajar los brazos hasta que se muera.

No se arrepiente  de haber quedado en la lona, por no transar con los empresarios; camina por el vecindario con la frente alta, tranquilo, orgulloso de no haber traicionado a sus compañeros.

Calle La Tablada lo ve pasar una mañana rumbo al Club, con una bolsa de criollitos en la mano, y le susurra a calle Orgaz:“Euromayor no puede terminar  de construir la obra. Parece que vendieron pocos departamentos. ¿Sábes por qué? Porque el Pueblo tiene memoria”.

Habría que brindar por eso…, responde calle Orgaz. En esa esquina,  el bar de los “Luna” ya no existe.











*Ensayos de la Piojera en La Parisina, Historias de Alberdi.


*

miércoles, 11 de junio de 2014

El Negro Miguel



I
La euforia mundialista me trae a la memoria un nombre: Miguel Dellavalle, el primer cordobés que jugó oficialmente para la Selección Argentina. Y digo oficialmente, porque unos años antes hubo otro citado: José Lascano, pero no llegó a jugar.

II
Su padre era italiano y su madre era hija de un cacique, cuando en La Toma se mezclaban inmigrantes con comechingonas. Miguel fue el último hijo que tuvo la pareja, luego de concebir cuatro hermanas; el único y maldito varón.

III
Llegó a Belgrano en 1915, imponiendo rápidamente respeto en los potreros, gracias a su fortaleza y buena técnica. Debutó en el primer equipo en 1916, y se adueñó del puesto de mediocentro. Con la escuadra Pirata fue campeón de la Liga en 1917, 1919 y 1920.  En la calle, en la cancha  y en la vida, lo llamaron "El Negro".

IV
El fútbol argentino nunca fue federal, ni ayer ni ahora. Su historia se escribió, gestó y consolidó en sintonía con el orden político, social y cultural reinante; el del centralismo y el dominio oligárgico. Por entonces, a la selección la conformaban un combinado de jugadores de Buenos Aires y Rosario.

Eso duró hasta que, en las estaciones y vagones del ferracorril, los viajeros comenzaron a rumorear sobre la existencia de este mito futbolero; en Córdoba existía un crack, de apellido Dellavalle. En consecuencia, el 8 de agosto de 1920, se armó un equipo con muchos porteños, algunos rosarinos y un cordobés.

VI
"El Negro" Dellavalle brilló en el Sudamericano de 1921 (hoy Copa América); consiguiendo el primer título oficial para el seleccionado nacional, y ganándose la admiración de los metropolitanos. De esa etapa queda una anécdota: jugando contra Uruguay, apenas empezado el partido, dio por equivocación su primer pase a un uruguayo, ante la costumbre de vestirse con camiseta celeste.

Jugó poquito tiempo a la pelota. Al año siguiente, una lesión en la rodilla le impidió desenvolverse con normalidad en el campo de juego. Ya no volvió a ser figura y anunció su triste y obligado retiro, antes de cumplir los veinticinco.

VII
Intentó hacer otros deportes, como tenis o esgrima, experiencias que le resultaron un verdadero fracaso. A esa altura de su vida, se había convertido en un ebrio que transitaba solo y perdido por las callecitas de Alberdi. Se había reducido, como tantos otros, a un "ídolo de barro".

A veces pasaba un muchacho por enfrente de su casa, en la Enfermera Clermont, diciéndole a otro: "Ahí vive El Negro Miguel, ¿te acordás de lo bien que jugaba?"; pero no mucho más.

VIII
Si alguna vez te preguntan ¿Quién lo juna al Negro Dellavalle?, mostrale esta foto. 
Indicale con el dedo que es el tercero de arriba, contando desde la izquierda; 
ese morochito que contrasta con la ropa blanca, impecable, que luce  arquero.

IX
Sumido en una cruel frustración, Dellavalle no encontró en ninguna esquina del barrio la salida. O tal vez miró al cielo duante varias noches, con la ginebra en la mano, buscando en vano a su estrella apagada.  En 1932, a los 33 años, se disparó en la cabeza con su revólver Eiber 0,32.
Agonizó durante una semana, con la bala metida en su cabeza hasta que ésta, como si fuese un gol de muerte súbita, lo eliminó de este mundo.

X
No tuvo partido de despedida. De él sólo quedan algunos documentos aislados; las crónicas de diarios en su momento de gloria, llenas de polvo en alguna hemeroteca; un par de links de Internet si uno googlea; y este texto imperfecto que acota su historia, escrito a escasos metros del zaguán que lo vio nacer, 116 años atrás.

XI
Hace poco el Víctor me dijo: Che, por qué no le ponemos "Dellavalle" a una de las calles del estadio; aunque sea una sola cuadra. ¿Le cambiamos el cartel "de pecho"?, le pregunté. No, no, lo hagamos legal, consultemos en la Municipalidad.
Y yo ya sé cómo funcionan las autoridades; te mandan a comprar un timbrado al banco, te hacen llenar formularios, te pasean de despacho en despacho, te hacen formar interminables filas, archivan el expediente, y así se pasan la pelota, hasta que logran que pierdas el entusiasmo.

No le hace falta un cartel a este formidable volante central, para seguir siendo el patrón de nuestras veredas. Cuando alguien se tropieza caminando por Alberdi, no es un error de cálculo, una cáscara de banana o una baldosa floja; más bien se trata de la sombra de El Negro Miguel, que le hace marca personal a los transeúntes, metiéndoles la traba cuando intentan pasarlo.







lunes, 17 de marzo de 2014

24


Tomamos  unos mates con Villegas, mientras charlamos sobre Escena y Memoria. Al nombre te lo eligen y a él lo llamaron Jorge, pero no se parece ni a Videla ni a Cuadrado. Es Jorge Villegas, el dramaturgo, diciéndome: Nos quieren hacer creer que los desaparecidos son un problema de sus familiares y no de la sociedad argentina. Pero si nos fijamos bien - sostiene-, a todos de algún modo nos roza. A alguien conocemos en nuestras vidas, aunque sea más o menos, que asesinó o fue asesinado. Como ese amiguito del barrio que jugaba a la pelota en un baldío y, de un día para el otro, dejó vacío el arco y huyó con su padre a México.

Pienso en el roce, en las palabras de Villegas, en esta noche de insomnio y soledad. A mi existencia la roza el primo de mi vieja: Ricardo Alberto Ramón Lardone, alias el `Fogonazo`. La roza desde el 2002, veintiséis años después del Golpe, cuando leí su nombre –el mismo apellido de mi vieja- en los apuntes de Historia Argentina de la ECI. Ese mismo día se lo mostré a ella y descubrió que, aquel primo con el que jugaba en la infancia, estaba acusado de Delitos de Lesa Humanidad.

¿Cómo era posible que Ricardo fuera eso? Llevaba una vida corriente en los ´70, con su familia y su rutina. No aparentaba ser un humano violento ni un desequilibrado mental. ¿Qué procesión corría por esas venas?  Ante la sociedad era un fotógrafo deportivo, que sacaba fotos en las canchas de la Liga Cordobesa. Y en simultáneo un entregador de militantes. El árbitro que te sacaba la roja en un partido preliminar a la muerte.

Esta resultó ser la trayectoria de Fogonazo Lardone, mi pariente lejano. Números exorbitantes como los de Messi, pero profundamente dolorosos y escalofriantes: 809 delitos: 310 privaciones ilegítimas de la libertad agravadas; 293 imposiciones de tormentos agravadas; 191 homicidios calificados y 15 imposiciones de tormentos seguidas de asesinato.

Hay una fotografía esta noche, me roza la cabeza como una bala y no me deja dormir. Miles de cuerpos tirados sobre el cemento frío de una tribuna; del otro lado del alambrado, el Tercer Ejército juega un picado. La Pepona Reinaldi, con expresión desorientada y los botines sin cordones, junto a un milico que le rapa el pelo.  Tito Cuellar, otro guaso de doble vida: laburante de EPEC de día y futbolista por la tarde, culpable a ayudar a escapar a Tosco en el baúl de su auto. La sombra de Kempes, glorioso goleador indigno, que no podremos ya disfrutar, Nunca Más, con tanta derrota afuera del estadio. 
También veo corriendo a  la joven promesa del Club Las Flores, Kike Bogni, con la 10 en la espalda y las crinas al viento. Y a otro sujeto arrodillado, sin identidad -tal vez yo mismo-, al que le vendan los ojos con el banderín del córner. 
Nos la dispara el Fogonazo, a quemarropa.

viernes, 7 de febrero de 2014

miro lo que me encontré


hay un pañuelo
junto a un trapo
un cepillo
y una esponja
adentro de un balde
los de la casa desconocen
su historia
y lo usan para fregar el auto
sería impreciso 
afirmar que no queda nada
siendo que aún hay un pañuelo tuyo
un pañuelo
que atabas a tu muñeca
o sujetaba tu pelo
en los días de viento
el mismo pañuelo
significando
en otro espacio
en otro tiempo
en otro estado
retazo de tela china
azul marina
con anclas negras
y cadenas finas
frente a mis ojos
mugriento
desteñido
sin el perfume
que olvidé 
un pañuelo con un agujero
en el cuerpo
y nadie que venga
a zurcirle la herida.


.