Se llama Elisa Gauna y es la viuda de Mario Acuña, un peón de
albañil fallecido en la construcción.
Acuña, que no llevaba el arnés puesto, resbaló y cayó de un
décimo piso por el hueco de un futuro ascensor.Para las estadísticas, era el octavo obrero muerto en la
ciudad en lo que iba del año.
Pasaron 18 meses y 14 días desde la tragedia. La viuda toma una decisión.
Deja esa tarde a la beba en lo de su suegra, la abuela que de seguro bien la va a criar.
En la pañalera guarda las llaves de la casita que Mario levantó solo, a pulmón, paleando los fines de semana.
Se detiene en la puerta del mismo edificio (inaugurado) donde encontró a su
marido frío y cubierto de sangre, tapado con una bolsa de consorcio.Prende un cigarrillo allí y se lo fuma parada, mientras espera
la llegada de algún residente.
Llega una pareja, se cuela detrás de ellos y consigue entrar.
De frente se topa con el ascensor en funcionamiento, subiendo y bajando por los límites del hueco oscuro que se llevó la vida de Mario. De haber estado antes…, quizá se hubiese quebrado algunos huesos y salvado.
Encuentra las escaleras y comienza a subirlas.
¿Quién se hace responsable de tantas muertes? Son trece
víctimas fatales las del 2011.
Más de un trabajador al mes, ¿es mucho o es poco? ¿Es
suficiente, o no lo es, para tomar medidas que puedan evitarlas?
Tercer piso.
Dejan a las criaturas sin padre, a las mujeres sin maridos.
Cuarto.
Si tuviera más coraje, ella tomaría un arma y mataría a los
culpables.
Hasta se imaginó la escena: los lleva a punta de pistola
hasta la cúspide, los obliga a arrojarse y luego los contempla estampados contra el
asfalto, desde las alturas, hasta que lleguen la prensa y las autoridades.
Quinto, un nivel más, sexto, al dueño de la constructora que
le pagaba a Mario en negro.
Más escalones, más pulsaciones, séptimo piso ya.
Al capataz, que no le exigió a él que se sujetara por lo menos con una soga.
Octavo, el cuerpo caliente y agitado, el nudo estomacal, las lágrimas derramadas, el insomnio, la ceguera.
Al de seguridad e higiene de la Uocra, que cobra pero no controla, también a los hijos de puta de la Dirección de obras de la Municipalidad.
Noveno, décimo, se mete en la terraza.
Ellos deberían estar caminando por la cornisa en la que se halla ahora.
Mira para abajo, qué pequeñas se ven las cosas: los carteles, las
personas, los árboles, los bondis que pasan, y que de a poco se agigantan cuando salta al vacío y repite allá
voy, allá voy con vos, mi amor.